Que en la publicidad la imagen ejerció una dictadura sobre el texto nadie lo pone en duda. Recuerdo que en los años 80 un compañero diseñador con quién compartíamos la autoría de un diario para el Goethe Institut, eliminó sin consultarme el párrafo inicial del texto, porque según él «la mancha asfixiaba la página», y la imagen pedía a gritos «más aire». Para quien no lo sabe la mancha no era nada más ni nada menos mis cinco horas de trabajo peleando con las palabras para entregar al lector un texto más o menos decente.
Para una redactora vehemente, como me recuerdo en el pasado, eso resultaba una afrenta. Y aquella no ha sido la primera ni la última que debí resistir. Pero, ahora que ya he aceptado que para muchos diseñadores las palabras son un «tropezón» en la sopa, el bien amado mundo TIC nos reivindica. Como usuarios de la red, que somos, tenemos la palabra. Desde el manifiesto Cluetrain en adelante no quedan dudas que en las 2.0 sólo hay conversaciones. Y que yo sepa, occidente conversa con palabras. No es así en el caso de los japoneses, mi amiga Keiko me comentó varias veces que no hay peor regaño que el de una madre japonesa, porque reprende con los ojos. Sigamos:
El oficio de redactor vuelve a tener color. Y la escritura corporativa mucho más. Quien no sabe escribir la tiene mal en el mundo del bloguismo, en el maravilloso mundo de los 2.0 , y en el de 3.0 también. Finalmente los contenidos vuelven a tener su peso específico, porque si se trata de intercambiar ideas, no podemos expresarlas con una imagen, aunque valga más que mil palabras. Para vincularnos en la red, para hacer relaciones duraderas en el tiempo, para hacer negocios, debemos exponernos. Y hasta donde se las palabras son las expresión del pensamiento.
Las plataformas virtuales nos han regalado un nuevo escenario, donde la cultura de la imagen, ha decidido compartir democráticamente con la cultura de las palabras. ¿Estaremos avanzando al territorio de la cultura del contenido?