Las empresas con historia me motivan a escribir. Cada entrevista me va guiando a épocas de un país que viví intensamente desde la literatura, y que lo voy reconociendo a través de los relatos individuales.
Las experiencias de las empresas me acercan a pequeños escenarios donde los hechos del entorno se explican con generosidad. Con qué claridad entramos en el clima cotidiano de la guerra, el estraperlo y las migraciones a través del relato de los vecinos del restaurante Can Ramonet de la Barceloneta, hoy prósperos empresarios que entonces trabajaban en puestos del mercado. O cómo se construyó la vida en Castelldefels, una vez que la autovía la maridó a Barcelona, hace treinta y tres largos años.
Por cierto, la historia de Restaurante La Canasta, de Castelldefels, es la historia de esta autovía que permitió que llegaran en los setenta las rulots con turistas europeos, y en los ochenta estallara el proyecto urbano y de asentamiento de la ciudad. Un cliente de la Canasta dice que antes de la autovía se podía poner la toalla en cualquier lugar de la playa sin sentir más presencia que la de la brisa.
En otros casos, como en el de la Masía Els Segarrulls, donde el paisaje de vides tupidas se supone adornaron con color y sabor la montaña de Olérdola desde tiempos de los primeros pobladores, los íberos.
Cada libro abre un espacio de intimidad donde no sólo renace la empresa a partir de sus relatos de vida, sino de esos lugares que las vieron desde el inicio, sellando así un pacto con los la gente del lugar, con los clientes de toda la vida, y con aquellos potenciales a los cuales se les abre la marca de una manera intimista, simple, y sin máscaras.