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Blog Editorial

Rosa Montero y su elogio a la familia

Una de las noticias que más me han impresionado últimamente es una pequeña y acojonante historia que sucedió en Madrid, en Villaviciosa de Odón, hace unas semanas: una mujer de 62 años mató de un disparo a su padre, de 91, en mitad de la noche. La mujer se confesó culpable y al parecer el padre padecía demencia senil. Esto es todo lo que se sabe sobre el asunto porque los medios no han vuelto a tocar el tema, de lo cual me alegro. Es una tragedia demasiado íntima, demasiado esencial como para escarbar en ella. Bastante carga ha de sobrellevar la detenida sobre los hombros, esa culpa ancestral del parricidio. Sobre todo si, como yo me imagino, lo mató por piedad, porque estaba muy anciano y muy demente y lo veía sufrir.

«Lo que fue nuestra infancia influye decisivamente en lo que somos, en el resto de nuestra vida»

Pero, aun así, ¡qué terrible nudo gordiano roza esta historia de violencia y de muerte! En el hermetismo de la privacidad doméstica, las familias hacen y deshacen vidas a su antojo, establecen leyes inconfesables, otorgan premios y ordenan castigos, crean paraísos y atizan infiernos construidos a la medida de media docena de personas, o de cuatro, o de dos, justo ese pequeño grumo de individuos que componen lo que llamamos un hogar.