Cuando me reuní con Magda, la propietaria del restaurante Can Ramonet para analizar el proyecto del libro corporativo, no imaginaba que iba a encontrarme con una historia tan rica.
Suponía que una antigua taberna tenía lo suyo, de ahí la idea de hacer un libro, pero a medida que comenzaron las entrevistas con la familia, con los vecinos, y la investigación en los archivos históricos descubrí que la historia me iba empujando.
Nos comenzó a asaltar la pregunta de porqué este lugar fue siempre bodega y llegamos a la conclusión que aquí hay un genius loci, como se llama en arquitectura a aquellos lugares que tienen el espiritu de permanecer, siempre fieles a si mismos. Será el duende del vino escondido en los viejos toneles que se inspira con el aroma? O tal vez le impulsó a perpetuarse hasta la eternidad la inmensa alegría de los pocos vecinos que vivían en la Barceloneta de 1763 cuando vieron abrir las puertas de la taberna?
Esta alegría desde el comienzo ha contagiado a la Familia Ballarín Francés.
Por las noches después de cierre nos quedábamos conversando hasta tarde con los vecinos. Fueron años de muchísimo trabajo pero de gran alegría, esto crecía como un sueño, aunque de sueño había poco. Empezábamos por la mañana a limpiar las anchoas y por la noche no habíamos terminado y así durante años, pero la entrega era total, así lo explica Ramona, propietaria durante los últimos cincuenta años.
Magda recuerda que la alegría de su padre desbordaba por la taberna, cuando entraba por las noches en esos inviernos húmedos del puerto y sentía ese ambiente bullicioso y familiar donde se reunían los vecinos, la casa grande de todos. Mientras que Marc, el hijo de Magda y David, desde pequeño decía que Can Ramonet las luces de Can Ramonet no se apagarán nunca!. Como ven ¡Aquí hay un contagio de alegría que viene arremetiendo desde lejos!
Los protagonistas
Quiero agradecer con mi corazón a Mossén Pau, quien me explicó porqué los coros de Clavé surgen en las tabernas de la Barceloneta, al señor Miquel, propietario de la primera tienda del barrio, la primera en tener luz, quien me abrió su valiosa documentación histórica de la Barceloneta, a Alfonso Canovas, ex teniente alcalde del barrio, quien por un rato fue niño de la calle Maquinista, y compartimos los lavaderos «donde se lavaban las ropas y las miserias del barrio» , las cuadras de vacas, los juegos con la niña Carmen Amaya del Somorrostro, el tren de la calle Maquinista, entonces arrastrado por caballos. A Carolina Aroca con quien volvimos a sentir el estremecimiento de la metralla de los Piratas del Aire, aquí mismo, en el mercado. A María que me habló de una calle donde todos se ayudaban. Ramonet daba de comer a gente que no tenía y ella daba créditos larguísimos y a veces incobrables a quienes no podían comprar ni un pantalón. A Paco: Paco es la Barceloneta, la Barceloneta mágica, la del capitán Darde, que venía a la Parra, como nombraban a la bodega antes de llamarse can ramonet. El capitán Darde era un trapecista que subía a un globo aerostático y hacía malabarismos, y como era un hombre del aire una tarde el viento se lo llevó.
A Antonia Vilás, a quien un dia la asaltó la poesía y comenzó a componer habaneras. A Josep, con quien vimos cómo el señor que encendía la noche, pasaba con su gorrita , una madera, una mecha, apretaba la llave, prendía la mecha con la típica camiseta y por la mañana con un ganchito, apagaba. Hasta el 58 con luz de gas! A Sinesio, Tete para los amigos, a quien un dia Ramonet le pidió que se subiera al barco, y estuvo cincuenta años como tripulante. A Carmen que hacía las mejores habas del mundo con el vasito de menta y otro de moscatel, que llevaba de aquí, de Can Ramonet. Ella dice esta calle era de todos nosotros, las noches eran de los vecinos… todos a una!
Cada uno de vosotros me ayudasteis a reconstruir la vida de una calle de casas pequeñas de pescadores con sus puertas siempre abiertas donde la taberna era el puerto para anclar.
A Ramona, Magda, David y familia, por las horas de trabajo que compartimos. Y un agradecimiento especialísimo a Ramonet, a cuya memoria se hace este libro. Un publicitario intuitivo genial, cuyas pizarras, donde comunicaba lo que quería vender cada día, fueron leídas por toda Barcelona. Cuentan los vecinos que sometía a arbitraje de los clientes palabras, modismos, siempre con su diccionario en la mano. Sin duda, a modo de duende él como colega participó en la elaboración de este libro, al principio mirando que no hubiera errores de ningún tipo y al final, cuando este libro parecía no terminar nunca he creído sentir su mano en el hombro, dando ánimos.
¡Qué la alegría de Can Ramonet os contagie!