Esta semana he visitado tres empresas longevas y aparentemente no tenían similitudes. La primera, desde su ingreso, exhibía elementos museales, como por ejemplo, una antigua máquina amoladora de tiempos de su fundación. El pasado está grabado como el propósito de aquellos que instalaron la pira bautismal. Aquí nadie puede olvidar así de fácil el sueño de los primeros.
La segunda, la empresa más longeva, parecía recién nacida. Un escaparate fresco, de moda, y me preguntaba dónde reservaba un espacio para recordar sus casi doscientos años. Recorrí buscando lo mío, algunas fotos, unos recortes, algo que me indique que de aquí puede salir una biografía de empresa: Dí con ellas en un pequeño escritorio que estaba entre bambalinas detrás de unas estanterías atiborradas de productos. Eran fotos al estilo fotograma de Lumiere, tal vez de Antoni Arissa un fotógrafo notable de principios del ’20. Había algunos diplomas, y cuál fue mi sorpresa al ver documentación del siglo XVIII. Si, hay historia, pero a veces pareciera que más que un excelente antecedente de marca y por consiguiente, de diferenciación, es algo con lo cual se convive como si fuera un viejo hábito donde la rutina pesa por encima de todos los significados.
Otra empresa. Hasta se suben a la silla para buscar indicios de los antepasados. Comienzan a preguntarse , son hermanos, van a mirar cajones. Cuando éstos aparecen en medio de la mesa es para quedarse. Nunca hemos llegado a la documentación para llevarla de nuevo a la oscuridad. A partir de ahora cada imagen es un enigma a desvelar. Una pequeña huella de que jamás en las empresas ha habido llanos. Que como en toda evolución se trata de ir ascendiendo en experiencias, en valores, en aprendizajes, en duras lecciones que toman su tiempo, pero cuesta arriba, ¡Siempre! Vemos fotos del 36, 37, 38, vaya trabajo de escalamiento. Lo que queda es la reflexión que nadie se bajó del barco, aunque dieran ganas y las tormentas fuera de miedo.
¿ Qué une a estas tres empresas familiares? Supongo que su orgullo de perdurar les hace ser flexibles y capaces de adaptarse a lo que venga. Quizá los herederos no quieren echar por la borda un legado de siglos de construcción de capital, conocimientos, expansión, y para ello la condición es abrirse al cambio. Tal vez como vinieron al mundo con padres y abuelos trabajando en la empresa ya consolidada, tienen la certeza que es parte constitutiva de su vida lo cual les hace suponer que jamás desaparecerá. La misma fantasía que los hijos tenemos con nuestros padres, a quien nunca dejamos de exigir su ejercicio de paternidad. Y como las creencias determinan nuestros comportamientos es probable que estas empresas centenarias se prolonguen más allá de la segunda generación, lo cual ya es un desafío, porque la confianza que los hijos depositan en sus padres, y los nietos en sus abuelos, y los bisnietos en los fundadores. Lo que si es cierto es que estas empresas han sido valientes, y especialmente, sinceras. Tanto para hacer la familia como para liderar la empresa.