El Ingenio no se parece a ninguna tienda más que a sí misma. ¿O acaso es frecuente encontrarse con un cabezudo, a pocos metros de la puerta principal? A dos pasos, las letras gimnásticas de Joan Brossa dan fe que la tienda hace honor a su nombre. Y estos son apenas los primeros gestos de una magia que no acaba de descifrarse en el ínfimo tiempo de una compra. En la estrechez de la calle Rauric, lleva 170 años produciendo objetos que encierran felicidad: Juegos y elementos de diversión de madera y metal antiguos, disfraces, cajas de música, ninots, malabares, máquinas de humo, singulares instrumentos musicales. Es una tienda de lo insólito, donde cada objeto remite a una fiesta, a una noche de teatro o una celebración. Aunque de por si El Ingenio es un espectáculo en si mismo.
Los profesionales del escenario vienen a buscar sus máscaras, asesoramiento para su vestimenta, porque si algo se derrocha en esta tienda, es eso, precisamente, ingenio y saber hacer.
De El Ingenio han salido más de trescientas parejas de gigantes y cabezudos, entre ellos la cabeza de la giganta del Museo Dalí de Figueres, o las cuatro parejas de gigantes que representa las figuras de las cuatro razas humanas, por encargo de un señor de Fernando Poo, cuando todavía era una colonia española. Se diseñaron y cosido vestidos para gigantes de toda Cataluña y se han hecho maniquís como los confeccionados para los vestidos del Castell de Pubol. En los obradores del Ingenio vieron la luz nobles y burgueses, campesinos y plebeyos, unificados por un alma común de cartón piedra. Todos han sido tratados con la misma digna reverencia que reclama su majestad: El gigante. O por la ternura que merecen los absurdos cabezudos.
Nos explica Rosa Cardona, heredera de la tienda y los recuerdos, que:-«El ingenio son tres generaciones de una misma familia. Antes había sido de un escultor, Escaler. A su familia le fueron mal los negocios y la vendió a mi abuelo Delfí. í‰l tenía una santería frente a la Catedral, en la calle Corribia, la cual desapareció cuando ensancharon las calles en 1943.
Cuando mi abuelo cogió la casa donde estamos actualmente, ya era muy antigua. El llegó con todos los santos, pero la gente venía a pedir cabezudos, demonios, payasos, entonces, no quedó otra que meter los santos dentro y los cabezudos a la vista. De esta época quedan algunos santos en los rincones. Este lugar es un museo».
Rosa trabajó siempre en la tienda, es una empresa familiar. Recuerda que las tiendas eran muy diversas, con una gran personalidad. «Aunque la calle era sucia, había prostitución y gente que dormía en la calle. Un día, Joan Brossa gran amigo de la familia, nos regaló las famosas letras gimnásticas, que hoy se exhiben en la fachada. Este hecho cambió la calle, se hizo un acto con las autoridades, y a partir de allí se fue limpiando y se arreglaron todas las otras. . Aunque, antes de la inauguración se robaron una A. A Brossa le hacía mucha gracia ver a un hombre corriendo con una de las A por la calle». Cuando los lugares son singulares, también las historias de robo lo son.
«- Desaparecieron las tiendas de mis recuerdos que eran bonitas, Massana, por ejemplo, una pastelería histórica, era una tienda que no se podía tirar, pero lo hicieron en horas. Ahora todo es muy igual, ha perdido ese encanto. Entonces venían clientes de pueblos a buscar cabezudos. Tengo uno en casa, pintado por mi padre, que mi padre le regaló a mi hijo, es un cabezudo pequeñito. Son tantas las historias…Mi abuelo me explicaba que cuando le reconocieron a Dalí, mi abuelo estaba sentado en la tienda y escuchó: -Delfín, Delfín, ya voy al Ayuntamiento que me han reconocido. Ellos dos eran muy amigos…Por aquí ha pasado tanta gente… padres con sus niños, estos niños luego han venido con sus hijitos pequeños…
Recuerdo que antiguamente los jueves hacíamos magia. Venía un mago amigo nuestro. Llegaban las amistades cada semana, eran momentos muy felices. Aunque también hubo tiempos difíciles. Mi padre recibió una placa porque supo mantener la tienda en momentos complicados. En época de Franco, no se hacían carnavales, estaban prohibidos. También pasamos la guerra. Me explicaron que mi abuelo en tiempo de guerra no quería dinero, sino comida. Como él hacía banderas para los militares, ellos pagaban con harina, sacos de arroz, y él los repartía entre los empleados. Esta familia tiene un tesón, una capacidad de seguir pese a todo…»
«Hubo otros carnavales con encanto….En el Liceo se celebraba con una gran fiesta después de la función. Entonces el público antes de entrar venía a El ingenio, con sus ropas elegantes, a buscar los complementos que se ponían encima de lo que llevaban, como capas de moro, chilabas, detalles de seda, condecoraciones militares con unas bandas. En el teatro se daba vuelta los asientos de la platea y se convertía en pista de baile».
Rosa va apagando las luces de la tienda y quién sabe si por las noches los personajes de esta corte encantada no se las ingenian para seguir recreando la magia para la que fueron concebidos…