-¿Sabe? Yo estuve locamente enamorada de usted. Así rompió el hielo la escritora-periodista Rosa Montero durante una entrevista al legendario Ives Montand. De haber tenido la oportunidad de entrevistar alguna vez al gigante escritor Ryszard Kapuscinski, le hubiese dicho lo mismo. Aunque Montero confesó que no era tan cierto su amor, sino una buena estrategia para matar el toro en la primera frase. Con los perdones al toro, y a mis textos sobre empresas longevas y biografías de empresa por dejarlas hoy de lado, digo que pocas veces me he encontrado con descripciones tan agudas y penetrantes como las de este periodista-escritor a quien hemos visto dejar dermis y epidermis en el inmenso territorio de la ex Unión Sovíetica, empeñado en acercarnos los girones últimos del comunismo. Este hombrón, a quién ví de refilón muy poco antes de su muerte, dijo en Los cínicos no sirven para este oficio: “Creo que para ejercer el periodismo, ante todo, hay que ser un buen hombre, o una buena mujer: buenos seres humanos. Las malas personas no pueden ser buenos periodistas. Si se es una buena persona se puede intentar comprender a los demás, sus intenciones, su fe, sus intereses, sus dificultades, sus tragedias. Y convertirse, inmediatamente, desde el primer momento,en parte de su destino. Es una cualidad que en psicologíase denomina «empatía». Mediante la empatía, se puede comprender el carácter del propio interlocutor y compartir de forma natural y sincera el destino y los problemas de los demás”.
De piedra nos deja su manera de dividir aguas. Está claro. Pero el reality show de la prensa es una serpiente de cien cabezas al que poco le importa la escritura, la ética y el periodismo y me da la sensación que al menos en mi pantalla de televisión nadie se ha puesto en mis zapatos. No se en los vuestros.